Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. Mc 15, 42-46
La Sábana, tal como ha llegado a nosotros, es un lienzo de lino de 4,42 m por 1,13 m, fabricado en un telar manual y tejido en espiga, con la trama y urdimbre enlazadas en forma de Z invertida. A lo largo de la zona superior se observa una franja de 8 cm del mismo tejido de la Sábana, que en un momento posterior fue cuidadosamente cosida a la propia pieza de la que procedía. Siguiendo las normas atribuidas al rabino Gamaliel, fariseo de la facción más liberal, como José de Arimatea, maestro de Saulo de Tarso y prestigioso legislador, en los tiempos de Cristo se impuso la costumbre de amortajar con una sábana blanca a todo el mundo, para evitar las diferencias sociales, pues todos somos iguales ante la muerte. Sólo se admitía como distinción el uso de diverso tipo de tejido, que iba desde el algodón al lino. El lino marcaba la máxima categoría.
Estas mortajas blancas, llamadas Tajrijim, se colocan después de la Taharah, o sea, el lavado y purificación del cuerpo sin vida. En el caso de Jesús, no había tiempo material para la purificación, porque llegaba el Sabbat, pero sí, en cambio, hay restos de mirra y áloe en la Sábana. El cadáver, pues, se depositó sobre la mitad inferior del lienzo sindónico, en decúbito supino. Luego, doblando la sábana por el medio, se le cubrió con la otra mitad. Es lo más probable que se asegurara la mortaja sobre el cuerpo con la tira que se había desgajado de la sábana. Otros investigadores opinan que la mitad de la sábana se echó encima del cadáver, sin atar, pues había intención de completar el amortajamiento pasado el Sabbat, en la mañana del domingo. La sangre de las múltiples heridas que todavía estaba fresca impregnó por contacto el lienzo mortuorio.
Los varones que estuvieran presentes, entre ellos San Juan, procederían a trasladarlo rápidamente al sepulcro cercano que había ofrecido José de Arimatea y que estaba sin estrenar. La impronta de los dedos de quien lo cogiera por los pies quedó impresa en la sábana.
Todos los evangelistas otorgan un protagonismo indudable a José de Arimatea en este pasaje. Él consiguió el permiso de Pilato para retirar el cuerpo de Jesús y, de hecho, se lo llevó. Salvo Juan, que habla de los lienzos, los otros tres hablan de una sábana limpia y Marcos afirma que la había comprado el propio Arimatea. El otro actor es Nicodemo, que aporta los aromas. Si ellos participan en el amortajamiento, como se deduce del texto evangélico, es por un acto de jesed, de caridad judía. En situación de normalidad hubiera correspondido esta preparación del cadáver a la Jevrá Kadisha (Santa Hermandad), un grupo de hombres, o de mujeres, si la fallecida es mujer, especializado en el ritual funerario. Los compañeros de Jesús saltaron sin miramiento estas reglas de la Torá, dadas las circunstancias.
Los evangelistas conceden un papel preponderante a las mujeres en el entierro. Lucas dice que vieron cómo lo colocaban en el sepulcro. Marcos cita expresamente como testigos de la colocación en el sepulcro a María Magdalena y María, la madre de Joset. Y Mateo afirma que ambas se quedaron velando el cadáver delante del sepulcro, sellado con una piedra circular grande. Éste es el único que narra la entrevista de los sacerdotes y fariseos con Pilato, en Sabbat, para solicitarle que pusiera una guardia, como en efecto consiguieron.
Los estudios realizados sobre la Sábana Santa de Turín y el Santo Sudario de Oviedo durante las últimas décadas han llegado a la conclusión de que ambas telas estuvieron en contacto con el mismo cadáver. La sangre que contienen ambas pertenece al grupo AB, minoritario en la población general pero frecuente entre la población palestina (3%/15% respectivamente). El palinólogo Max Frei analizó los pólenes que contienen ambas telas, concluyendo que las dos estuvieron durante un tiempo en el mismo lugar. Las tres cuartas partes de esos pólenes se dan en Palestina. Resulta imposible obtener el ADN del material hemático, pues, por la antigüedad del mismo, las cadenas de ADN se encuentran rotas.