El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Los dos discípulos se volvieron a casa. Jn 20, 1-10.
Todos los evangelistas coinciden en la comprobación del sepulcro vacío para expresar la certeza de la Resurrección de Jesús. Son las mujeres, de nuevo, las protagonistas, pues se dirigen hacia el sepulcro al amanecer del domingo con idea de embalsamar el cuerpo del Maestro. En los Sinópticos, el sepulcro está vacío y es un ángel el que les pide que lo comprueben y que vayan a decírselo a los discípulos. Eran María Magdalena, María la de Santiago, Juana y Salomé. Los discípulos no las creyeron, pero, según Lucas, Pedro fue al sepulcro, vio los lienzos y comprobó que estaba vacío.
Mateo precisa que los guardias quedaron aterrados con la aparición atronadora del ángel y que corrieron a contarles a los sacerdotes lo que había ocurrido. Ellos los sobornaron para que dijeran que los discípulos habían robado el cadáver y esa especie se difundió entre los judíos (Mt 28, 11-15).
Una vez más es Juan el que describe los hechos con la precisión de un testigo. Al amanecer del domingo llega Magdalena al sepulcro y lo encuentra vacío. Corre a decírselo a Pedro y Juan, que, a su vez, salen veloces a ver qué ha pasado. Juan corre más y llega antes que Pedro; ve los lienzos tendidos, pero no entra, porque, en ausencia del Maestro, reconoce la autoridad de Pedro. Cuando llega éste, entra y ve los lienzos tendidos y el sudario enrollado aparte. Luego entró Juan: vio y creyó.
La representación de los lienzos con el ángel sentado en el sepulcro vacío vino a significar en el arte cristiano oriental el misterio de la Resurrección. Sin duda aquellos lienzos significaban mucho para los primeros discípulos, que los guardarían como reliquias, aunque en secreto, pues contenían la sangre del Maestro, que era algo sagrado, pero también susceptible de producir impureza en quien los tocara. Parece lógico que se le entregaran a la Madre, que los
llevaría a su casa, que sería en adelante la de San Juan, en Éfeso.
Obviamente comprobarían que el sudario tenía sólo manchas de sangre, pero la mortaja tenía, aparte de las manchas de sangre, una imagen misteriosa e inexplicable. Esa imagen, aquiropoieta, es decir, no realizada por mano humana, comenzó a darse a conocer pasados varios siglos, una vez asentada la libertad de la Iglesia, y pudo generar en el arte la representación del Cristo siríaco, o sea, barbado, que más tarde pasaría al arte occidental, hasta hoy día.
La inquietud por conocer el origen de esa imagen misteriosa y la forma en que pudo producirse se desarrolló en la sociedad ya en la época contemporánea y gracias a la fotografía, a partir de 1898. Lo primero que descubrió el fotógrafo Secondo Pía en aquella fecha es que la impronta funcionaba como un negativo fotográfico. A partir de 1978, los estudios del equipo STURP fueron
descubriendo que la imagen era posterior a las manchas de sangre, pues no existía en las partes de lienzo manchadas por la sangre. Igualmente, los experimentos con el VP8 dieron por resultado que se trataba de una impronta con información tridimensional, capaz de ser reproducida como imagen en relieve.
Los muchos análisis que pudieron hacerse con los materiales científicos obtenidos en 1978, no han podido determinar cómo se ha producido la huella. Se sabe que no contiene pigmento y que está formada por una levísima modificación superficial de las fibras de lino que componen la tela.
El padre Emmanuel Carreira explica muy bien el fenómeno como resultado de la desmaterialización del cadáver que envolvía el lienzo. Lo que fue depositado en el sepulcro como un cuerpo tangible pasó en un momento a un estado no material, no tangible. La tela que cubría la parte superior, al perder el sostén del cuerpo, cayó sobre la inferior, quedando así extendida, como la vieron los apóstoles Pedro y Juan.
Para esa modificación de las fibras de lino se estima que actuó una energía muy potente, pero en un lapso brevísimo de tiempo y, en cualquier caso, de origen desconocido. Al atravesar el cuerpo en el instantáneo proceso de desmaterialización, la sábana recibió la impronta de numerosos órganos y partes no visibles del cuerpo, por ejemplo, los dientes, los pulgares retraídos, la columna vertebral, etc.
En 2002 la reliquia fue objeto de trabajos de conservación y con tal motivo se le hicieron fotografías digitales de alta resolución, que han permitido seguir avanzando en su análisis científico, pero todavía es mucho lo que queda por investigar hasta que se pueda llegar a una explicación incontrovertible de la formación de esta sagrada imagen.