Forma parte de una colección de seis lienzos sobre la vida de la Virgen, todos atribuidos a Palomino y fechados a comienzos del siglo XVIII. Posee una marcada composición triangular cuyo centro es Jesús. La importancia del niño se marca así e iluminándolo, siendo el personaje junto a la Virgen que más luz posee. Los pastores se arrodillaron y exclamaron ante la grandeza de Dios, contemplando la dulce mirada entre la Virgen y el niño.
“‹‹Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado›› [Los pastores] fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño”. Lc 2, 15-20